sábado, 24 de octubre de 2015

El voto democrático: un pajazo mental materializado en cartón

No vote. Si, en serio, no vote. Mañana  serán unas nuevas elecciones ¿en un año repetiré lo mismo? ¿O tal vez en 5 años? A quien le importa, digamos que mañana serán unas nuevas elecciones. Todos escogimos a este, no escogimos a este otro; ganó un candidato, una bandera se subió en el asta de la gobernabilidad y menos de la mitad de la población estará feliz, caminando en la calle, respirando un aire de cambio. Un aire de cambio tan banal como el de un restaurante que cambia la res por el cerdo, a fin de cuentas es carne, parece que nos gusta más pero el plato sigue siendo el mismo. El mismo almuerzo de siete mil pesos que comemos atrapados en una ciudad que parece no terminarse nunca, con los mismo problemas de hace 50 años, con las mismas guerras de siempre. Perdedores y ganadores de la democracia, todos somos una mentira de satisfacción y creemos ser mejores que otros. El pecho se nos va a reventar de alegría y todos somos políticamente incorrectos cuando la irreverencia nos merece “que comunista piojoso” “capitalista arrodillado” “que yankee” “que veneco”, que ya me cansé. Soy el resultado de la inexistencia, de la inutilidad de creer que un pendejo podrá cambiar la realidad “política”, como si fuera un cuento épico con un final emocionante en el borde de una colina, donde los pueblos saludan a su héroe, honrando la victoria. Todos juntos se abrazan, se unifican y las conciencias se pierden en una sola, la del pueblo reinante en su tierra de oro. Todo eso es un final. Y los finales solo existen en la ficción, o en la realidad convertida en ficción, porque nuestro verdadero final termina con la muerte, el fin del mundo. El único cambio existente está en nuestra vida, para que tome los rumbos necesarios, caiga en los abismos que nosotros nos propongamos y nos perdamos en los laberintos que nuestro individualismo erigirá para nuestro divertimento de tragedias y comedias. Veo que el voto no es más que el papel higiénico para limpiar el pajazo mental de la democracia. Que la gente, en medio de su hedonismo e idolatría al ego, se sentirá muy bien cuando vote por el que perdió, para que dentro de unos años digan “yo no soy el responsable de este mierdero”, cuando en realidad nadie es el responsable de este mierdero. El mierdero está ahí y a nosotros nos tocó arrastrarnos en el lodo, como puercos, tratando de crear en nuestra mente un mundo mejor. No vote. Le robarán el voto, lo cambiarán en la registraduría para probar que otra persona ganó.  El voto es secreto, tan secreto que ni siquiera usted sabe por quién votó al final. No vote, y que los intereses de aquellos gobernantes se compliquen. Que nos saquen a todos a la fuerza, para que a la dictadura se le caiga el maquillaje, y nos obliguen a eyacular votos a la fuerza. No vote.  

domingo, 12 de abril de 2015

Transgresión

“¿En qué me he convertido?” se pregunta.
Se mira al espejo mientras sostiene con sus dedos índice y pulgar el cuello del saco de la oficina. Inhala el olor del perfume evaporado que se mezcla con la humedad de la ducha caliente recién tomada, mientras el frío trasnochado de las mañanas de la ciudad oscurece el cielo con sus nubes grises. Es viernes, usted tira todos sus cabellos para atrás con la peinilla, mostrando su frente por primera vez en su vida. Mientras, con cierta torpeza, termina de  abotonarse la camisa frente al espejo, detalla algo con una minuciosidad enfermiza, mira directamente su pupila y ve que algo está irremediablemente roto. Se responde.

“¡En un hijueputa!”. Se marcha sin mirar atrás, dejando reposar el saco en su antebrazo.