La corrida de toros es la práctica cultural que
más escandaliza a la sociedad occidental, la cual no está
acostumbrada a ver la muerte de un animal, especialmente, si se enseña en
un ritual de tragedia. Esto provoca un sentimiento de compasión y empatía con
la bestia que sufre en una batalla que algunos catalogan de injusta y otros de
heroica.
El animal se enfrenta durante treinta minutos a
diferentes tipos de contrincantes que luchan con él, hasta que llega el turno
del matador, el encargado de terminar con la batalla del toro. Este hombre debe
clavar su espada de tal forma que el juez de la contienda decida si la
ejecución fue perfecta o no; al hacer esto levanta uno o dos pañuelos blancos
que dan prueba de su veredicto. Si la actuación del matador fue ideal este
reclama su premio cortando las orejas y la cabeza del toro asesinado; todo
depende de lo que determine el clamor popular y la palabra del juez.
Este es un resumen muy corto de lo que se puede
ver en una corrida de toros, lo sé. Pero esto puede ser consultado en otros
artículos especializados y que explican a detalle toda la reunión simbólica que
se muestra en las corridas.
Un libro que recomiendo para ampliar el
entendimiento sobre las corridas de toros, es “Fiesta” de Ernest Hemingway. En
este título el autor analiza los diferentes aspectos de la corrida de toros
desde una perspectiva analítica, alejándose de la emotividad propia de los
animalistas y los anti-taurinos radicales.
Tauromaquia de Picasso |
Este artículo se centra en el análisis de los
discursos que genera esta práctica cultural de más de 900 años, la cual nació
en el continente Europeo y que se ha expandido y mutado en varias partes de
Latinoamérica, exhibiéndose en países como Ecuador, Perú, Colombia, México y
siendo reinterpretada y transformada en fiestas completamente diferentes a las
raíces de la práctica de lidiar toros. El ejemplo más claro es el Toreo de la
Vincha en Argentina, más exactamente en la provincia de Jujuy.
Todas y cada una de las prácticas taurinas dichas
previamente, a excepción del Toreo de la Vincha, se caracterizan por quitarle
la vida al toro para crear un carnaval de la muerte, plasmando en la arena un
espectáculo que se basa en la tragedia de su héroe; el toro.
Los argumentos principales de la comunidad anti-taurina
se centran, precisamente, en el símbolo del toro desangrado. Es la
amplificación del clímax la que se lleva al escenario del debate. Es decir, se
juzga a la práctica desde la superficie para crear un discurso de censura, el
cual termina contradiciendo diferentes derechos que van desde la libertad de
expresión hasta la autodeterminación de los pueblos (No desde una medida de
auto gobernabilidad e independencia de la existencia étnica de un grupo, sino
en la apropiación y exhibición de las prácticas culturales de los mismos) y el
artículo séptimo de la constitución política de Colombia: El Estado reconoce y
protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana.
El problema surge en los métodos argumentativos
utilizados, debido a que estos mismos podrían convertirse en una lanza de doble
filo que se expondría en otras dinámicas y prácticas sociales y artísticas. He
visto que en la web (e incluso en la academia) se muestran y se exhiben
argumentos como “¿Qué valores se le están enseñando a los niños con esta
llamada fiesta brava?”, “No es cultura porque se basa en la tortura”, “El arte
no es tortura”.
Vistas en otras dinámicas y aplicadas a otro tipo
de contextos, estos son los mismos argumentos moralistas utilizados por grupos
fundamentalistas religiosos para eliminar expresiones como el rock, el punk,
las manifestaciones de la comunidad LGBTI, la pornografía, el cine experimental
o más recientemente, la exposición “Mujeres Ocultas”. No está de más recordar
que perdió la batalla contra la censura a manos de un grupo católico radical.
Otro punto erróneo se da en la falacia que
proclama “El arte no es tortura”. Una de las máximas aproximaciones que
se da en las dinámicas artísticas a la realidad psicológica y emotiva del ser
humano se presenta en la tragedia; la cual nos muestra constantemente la
tortura de un héroe a manos de diferentes aspectos puestos por el autor,
los cuales terminan ejecutando su tragedia, creando un espectáculo sublime que
reflexiona sobre varios de los grandes aspectos de la existencia humana: la
vida, la muerte, el sufrimiento, la soledad y la locura.
Tauromaquia Número 2 de Juan Antonio Roda |
Pero en los discursos de censura, cada quien
determina y redefine los tópicos a su propia conveniencia, para hacer pasar un
punto de vista como Verdad Absoluta. Una falacia bastante peligrosa en el campo
político.
Las generaciones actuales nos hemos criado con
diferentes muestras artísticas que niegan la muerte y la tragedia, exponiendo
constantemente un final feliz en cada una de sus aventuras. 100 años criados
bajo la consigna de la felicidad “disneyana” ha transformado el discurso de
estas generaciones con respecto al
sufrimiento, el cual busca borrarlo de los escenarios públicos y artísticos. Es
ahí donde la emotividad de la corrida de toros se acrecienta en una
sociedad que prefiere ignorar el símbolo del toro desangrado por todo
aquello que esconde su significado; entre ellos que para el heroísmo se
necesita la muerte y que la vida misma debe nutrirse de la desgracia.
Un paralelo generacional nos puede enseñar cómo
dicho cambio en la perspectiva se ha presentado con el paso de las décadas. Es
ahí cuando el discurso la Generación del 27 y la Generación perdida o
Generación de fuego se vuelve tan interesante en el análisis del debate. Lo que
caracterizaba a estos dos grupos de personas era un pesimismo general
ocasionado por la primera y la segunda guerra mundial, además de la guerra civil
española. Todo esto generó un desencanto en una sociedad rodeada por completo
ante el sufrimiento y las atrocidades de los hombres. Esta pérdida de la
cordura desencadenó un discurso más crudo y realista sobre la vida, la muerte y
el sufrimiento.
Esta perspectiva es la que se ha visto modificada
con el paso de los años, generando un cambio en las prácticas discursivas de la
juventud contemporánea. El cambio de una retina cultural creó una ruptura
simbólica en la corrida de toros; convirtiendo una fiesta popular muy presente
en la tradición de las provincias nacionales colombianas, para ser un
espectáculo de la supuesta oligarquía y la burguesía. Esto no es más que la
manipulación política que han sufrido las prácticas culturales y artísticas en
el transcurso de los últimos años.
Saliéndonos de las banderas políticas que rodean a
este debate, debemos pensar en los caminos por los cuáles se están generando
todos estos movimientos sociales en el país, y cuáles son los motivos de
prohibición existentes en ese discurso anti-taurino. Para esto debo hacer un
paréntesis culinario y cultural para expresar la relación del colombiano con el
cuerpo y la muerte animal.
Colombia
es uno de los mayores productores de carne de res en América Latina, dónde el
consumo per capita ha aumentado 53% en los últimos 10 años. Es decir que una
persona en el año de 1993 consumía al año 11 kilos de carne de res, mientras
que en el año 2013 pasó a consumir 16 kilos.
Culinariamente, el país está ligado a una
tradición que explora y explota cada una de las partes de los animales comidos,
exhibiendo los cadáveres públicamente en varios platillos. Cada sábado, a eso
de las 3 de tarde, en una de las muchas lechonerías de la ciudad, descansan a
ojos de todo el público tres cabezas de cerdo que dan fe de una buena tarde de negocios.
Tradicionalmente, las familias santafereñas se deleitaban con los rostros
divinos puestos en sus mesas, que no son más que la cabeza de un cordero
sazonado en grasas de gallina, cervezas negras y otras especias. Y no hablar de
los piquetes de gallina en los cuales se engullen hasta los ovarios del ave,
explorando por todo su sistema digestivo. Además, existen otras reuniones
sociales en las que se celebra la muerte de un animal que será comido a la
media noche, un ejemplo claro son las marranadas de fin de año del departamento
antioqueño y sus alrededores.
Todo esto viene a mostrar la construcción y la
tradición culinaria de la sociedad colombiana con la muerte de los animales, y
cómo sus cadáveres son expuestos como motivo de lujo en cada uno de sus platos.
En una nación así y haciendo parte de dichas prácticas culturales hablar de
derechos de los animales es una completa contradicción.
El fin de este análisis de la situación es
presentar diferentes caminos para la construcción de un Estado pluralista e
incluyente, en el cual se puedan presentar debates sensibles en los que se
pueda dimensionar cuales son los métodos (y sus alcances) por los cuales se
accede a prohibir o censurar una práctica cultural. Dejando la pregunta al aire
de la opinión pública sobre si las corridas de toros deben o no presentarse en
la capital de la república, pienso que dicha práctica con el correr de los
siglos ha perdido las líneas que la ataban a su mito fundacional; lo cual ha
generado que comience a percibirse desde el caos y la barbarie. Dicha forma de
ver la existencia de algo termina convirtiéndose en el clásico ejemplo del
pensamiento Civilización/Barbarie.
Por más que una causa pueda parecer noble,
siempre deben revaluarse los caminos por los cuales corren dichos argumentos
para alcanzar las metas de esa causa. Nunca se debe permitir que el fin haga
valederos los medios, porque estos mismos medios podrían ser los responsables
de futuras atrocidades en la realidad nacional.
Las ideas democráticas y progresistas deberían
defender un debate más argumental y menos emotivo, para que se puedan analizar
las raíces del símbolo del toro desangrado, conocerlas y entenderlas. Este conocimiento
y esta aceptación, con el paso de las décadas, nos permitirán desarraigar de la
realidad cultural dicha práctica; basando dicho discurso en un ejercicio de la
autonomía de los pueblos y no desde un ejercicio de prohibición del Estado.