No te preocupes por aquello que
olvidamos en noviembre. No te preocupes por las sensaciones que invaden tu alma
a cada instante, no te preocupes por buscar las emociones puras, tú, individuo
bestial, tú, ambicioso ser humano, así como Ícaro fue en busca del sol, te
quemarás con el veneno de las emociones que deseas dominar.
Este no pretende ser un artículo
que explique el origen de las emociones, de los sentimientos. La verdad no creo
que ningún ser humano en la faz de la tierra pueda explicar el origen de lo
que siente. Ese es el gran misterio que soportaremos sobre nuestras espaldas
hasta el fin de la existencia humana.
Aquellas emociones puras las
llamo veneno porque cada una de ellas nos invade y corroe, espiritual y
psicológicamente, hasta hundirnos en los túneles de la locura. Los delirios,
las alucinaciones y las pasiones solo provienen de individuos contaminados por
dichos venenos.
Estas emociones puras son la
representación constante de nuestra naturaleza bestial, la cual se aparta de
cualquier norma social o simbólica que busca reprimir la esencia del ser
humano. No podría afirmar el amor o el odio entre los animales, debido a que
son creaciones simbólicas del humano. Pero puedo afirmar que la relación de las
bestias con el mundo que las rodea se puede resumir en dos palabras: liberación
absoluta. Sus emociones son puras sin cargar consigo el veneno del ser humano,
un veneno que ha crecido en el centro de todas las sociedades humanas.
Las normas sociales que nos hemos
inventado son empaques plásticos que nos van sumergiendo en la individualidad,
en la unanimidad del pensamiento egoísta. Precisamente, la eclosión de dichas
normas nos transforma en bombas emocionales, monumentos de la destrucción
disfrazados de carne y huesos. Cuando el ser humano cae en la conciencia de su
existencia y recibe el mundo con todos sus poros sensoriales abiertos, estalla.
En medio de la locura, lo único
que quiere es ver el mundo explotando a sus pies. La represión autoimpuesta por
la moralidad y las cadenas simbólicas estrujan el espíritu hasta sus límites,
es ahí cuando la amnesia cae sobre los cuerpos ardientes que antes caminaban
congelados debajo de los trajes de cóctel.
Las personas somos recipientes
de las interacciones. Cuando las
distancias disminuyen, los seres humanos se parecen más, se contaminan más con
aquellos demonios que el otro ser humano guarda en su cabeza. El amor final o
el amor perfecto, es aquel que llega cargado de delirios de vidas inexistentes,
no es un sentimiento bonito o feo, bueno o malo, es (según lo veo y lo siento)
el límite de la locura. Dónde un ser deja de ser un individuo, para convertirse
en un ser medroso, tan contradictorio como la misma palabra.
Todas las emociones puras
confluyen en la locura y la locura se convierte en el antídoto del miedo. ¿De
qué huimos, qué es eso que nos asusta tanto, aquello que nos obliga a vivir encerrados
en nuestras mentiras de una sociedad ordenada? Eso es algo que nunca se sabrá.
El amor heterosexual del hombre
siempre tendrá escondido, en medio de su belleza absoluta, algunas gotas de
misoginia. El uxoricida, llevado por la ira y el intenso dolor, no es más que
un hombre apasionado sumergido en los túneles de la locura. No quiero que se
entienda esto como una defensa o justificación a ciertos actos cometidos por el
ser humano, o que se crean que defiendo las actitudes machistas y violentas que
decidieron tomar otros hombres. Simplemente, me quise detener a pensar en los
motivos de un ser para dejarse llevar por la tentación del asesinato, por la
aniquilación de aquello que dice amar.
¿Acaso estamos tan lejos de la
locura, o las emocionas puras nos contaminarán hasta llevarnos a los terrenos
preferidos de la muerte? Lo único que considero en este aspecto, es que el
excesivo culto a nuestro ego nos condenará a las explosiones continuas de
nuestros seres interiores.
La locura no nace en nuestras
cabezas, nos enfermamos con ella al sumergirnos en el culto a nuestro propio
ego, a la imagen idealizada de lo que deberíamos ser.