“Escucha, esa es la canción que
te la pasas cantando” le digo. Estas simulaciones son jodidamente perfectas.
Ella sonríe y con esa canción de una caricatura para niños comienza a bailar
mientras se quita ese vestido rosado con el que se pasea todos los sábados al
frente de mi casa. Me manda un beso con aquellos labios delicados. Yo la
comienzo a desnudar, primero quito las tiras de sus hombros que caen con cierta
dulzura, son tan pequeñas que me siento desnudando a una muñequita. Ella me
ayuda, y nunca me deja de mirar, sus ojos no se apartan de mis pupilas. Hace
mucho tiempo no me emocionaba con algo así. Beso su piel blanca y brillante
como la plata más fina mientras mis manos gruesas, llenas de tiza bajan por su
espalda. Veo sus pechos que se asoman a la pubertad. Y los acaricio. “Sí yo sé,
todo muy suave para que no te duela”. Le quito el vestido, no tiene ropa
interior. Sus piernas y su culo están tan firmes y siento que se me inflama el
pene, me da un poco de pena sacarlo. Tus ojos brillan con curiosidad “¿qué es
eso?” dices. Te toco y escucho las gotas que caen de tu vagina húmeda. Pero
todo es falso, ¿o no? Tu cuerpo me pide a gritos. Te tiro a la cama, con el cubre
lecho de alguna puta princesa de Disney. Sacó la vaselina de mi chaqueta. Se
siente tan real entre mis dedos. “así no te dolerá”. Escucho el primer jadeo.
Huye de mí levemente y la arrastro con mis manos. La cojo de los hombros para
que no se escape. Comienzo a descoser su cuerpo de muñeca con mi pene. Me duele
un poco en la punta, está muy dura, pero empujo. Ella grita, “¡para, me duele
mucho!” Y las lágrimas caen, pasean por sus mejillas y se pierden en la cama.
Grita y eso me excita más. Y se mueve. Le pego en la cara para que gima más
duro. Se mueve con desespero “Así no, así no por favor ¡Para!” “Le voy a decir
a mi papá”. Grita. Dile a medio mundo. Pero grítalo. Amo tus alaridos de niña
de 12 años. Grítalo… más duro… más… tu cuerpo se tensa… mi cuerpo…
El simulador se apaga. Las gotas
espesas caen de mi mano. Voy al baño y me limpio. La veo pasar, son las 6 de la
mañana y a esa hora nos toca salir para el colegio. Sus padres la despiden y se
escapa de mi vista en el bus. Hoy también llegaré tarde. Vuelvo al baño. Me
duele el pecho. Me miro al espejo. Yo no hice nada malo, yo no le hice daño a
nadie. ¿Cierto? Pero el hijueputa que veo de frente en el espejo del baño no
deja de preguntarme “¿Por qué se siente tan mal?”