viernes, 13 de mayo de 2016

“Tranquilo, tranquilo”

“Escucha, esa es la canción que te la pasas cantando” le digo. Estas simulaciones son jodidamente perfectas. Ella sonríe y con esa canción de una caricatura para niños comienza a bailar mientras se quita ese vestido rosado con el que se pasea todos los sábados al frente de mi casa. Me manda un beso con aquellos labios delicados. Yo la comienzo a desnudar, primero quito las tiras de sus hombros que caen con cierta dulzura, son tan pequeñas que me siento desnudando a una muñequita. Ella me ayuda, y nunca me deja de mirar, sus ojos no se apartan de mis pupilas. Hace mucho tiempo no me emocionaba con algo así. Beso su piel blanca y brillante como la plata más fina mientras mis manos gruesas, llenas de tiza bajan por su espalda. Veo sus pechos que se asoman a la pubertad. Y los acaricio. “Sí yo sé, todo muy suave para que no te duela”. Le quito el vestido, no tiene ropa interior. Sus piernas y su culo están tan firmes y siento que se me inflama el pene, me da un poco de pena sacarlo. Tus ojos brillan con curiosidad “¿qué es eso?” dices. Te toco y escucho las gotas que caen de tu vagina húmeda. Pero todo es falso, ¿o no? Tu cuerpo me pide a gritos. Te tiro a la cama, con el cubre lecho de alguna puta princesa de Disney. Sacó la vaselina de mi chaqueta. Se siente tan real entre mis dedos. “así no te dolerá”. Escucho el primer jadeo. Huye de mí levemente y la arrastro con mis manos. La cojo de los hombros para que no se escape. Comienzo a descoser su cuerpo de muñeca con mi pene. Me duele un poco en la punta, está muy dura, pero empujo. Ella grita, “¡para, me duele mucho!” Y las lágrimas caen, pasean por sus mejillas y se pierden en la cama. Grita y eso me excita más. Y se mueve. Le pego en la cara para que gima más duro. Se mueve con desespero “Así no, así no por favor ¡Para!” “Le voy a decir a mi papá”. Grita. Dile a medio mundo. Pero grítalo. Amo tus alaridos de niña de 12 años. Grítalo… más duro… más… tu cuerpo se tensa… mi cuerpo…


El simulador se apaga. Las gotas espesas caen de mi mano. Voy al baño y me limpio. La veo pasar, son las 6 de la mañana y a esa hora nos toca salir para el colegio. Sus padres la despiden y se escapa de mi vista en el bus. Hoy también llegaré tarde. Vuelvo al baño. Me duele el pecho. Me miro al espejo. Yo no hice nada malo, yo no le hice daño a nadie. ¿Cierto? Pero el hijueputa que veo de frente en el espejo del baño no deja de preguntarme “¿Por qué se siente tan mal?”    

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