En el salón
vacío se sienta en la última silla y contempla el fin de otro día. De nuevo
recae sobre sí la sensación más grande de soledad que le puede dar la vida, intenta ignorarla.Pone música en su computador y busca concentrarse en otras
cosas, en otros momentos de su vida.
Cierra los
ojos y a su mente llegan chispazos de su pelo, de sus manos y de sus ojos. Si
se deja ahogar por un suspiro, vuelve a sentir como su piel pasea por sus
dedos. Juguetea con el recuerdo que intenta olvidar pero que no puede dejar de
lado. Se siente como en una colina de nubes púrpura; está completamente
drogado, solo y lleno de trabajo. La sangre que le pasea por las venas corre
con torpeza. Intenta respirar, pero el corazón sale a toda marcha de su pecho.
“que se evapore la realidad, hoy me siento poderoso para afrontar esta mierda”,
se grita a sí mismo, mientras le disimula al mundo un perfil de hombre
cuerdo.
Algo dentro de
su cuerpo grita, está desesperado y quiere escapar. El trabajo no da tregua,
debe controlar la locura, debe mantenerse cuerdo, ser un niño bueno, alguien
que sea digno de tener la madre y la esposa que lo reciben todas las noches,
sintiendo ese grillete llamado cariño,
eso que nos mantiene cuerdos.
Escupe y
siente cómo se adormece su lengua. El sabor amargo de la cocaína en la
garganta. Su espalda vibra y sus músculos responden a otro ritmo, algo más allá
que esa puta oficina donde adormece su culo todos los días. Nada cambiará. Una
lágrima se escapa de sus ojos. Bonita corbata y lindos zapatos. El reloj reluce
en una oficina vacía.
Un pase más,
para concentrarse. La cocaína viaja y la felicidad se siente como comezón en la
punta de la nariz. Ya pronto acabará con ese informe mediocre. Doscientas hojas
manchadas con palabras de porquería para que un gordo malcriado y burgués se
lleve el crédito, sin tener que pasar noches eternas y largas de trabajo, sin
tener que atragantarse largas jornadas de sinsentido perdidas en frases que no
saldrán de su cabeza. "Felicitaciones por tu basura, gordo de
mierda", se dice mientras sus dedos teclean sin cansancio.
Solo quiere
terminar. Dejar pasar un viernes más. Sentir la comezón y el asco, sentado en un montón de sillas
carcomidas por el polvo, los flujos vaginales, la sangre y el semen de los desgraciados que estuvieron antes que él en ese lugar. Ya no le
importa su esposa, su amante o su madre; ya no le importa nadie, más que ese
informe mediocre.
Faltan dos
párrafos. Solo quedan unas frases. Se arranca las palabras de algún rincón del
cerebro. En el computador suena música descerebrada, quiere cantar, pero le da
pena con la pulcra oficina vacía. Escupe otra vez, se salpica los zapatos.
Queda una frase. Sujeto, verbo, predicado. Complemento directo, adjetivo, el
subjuntivo o el condicional. Concluir el informe y el corazón viaja más rápido
que cada uno de los días de mierda que ha vivido en los últimos años. “Que se
pudra ese hijueputa”; una frase pura, sin falsificaciones. Punto
final y las babas saltan de su boca. No puede hablar y cae al piso. Linda
corbata salpicada de vómito, zapatos con sangre y un cuerpo que serpentea en el
suelo de una oficina vacía.