Hoy el mundo siente la colisión de su coexistencia histórica. El miedo se propaga por el aire y la paranoia se toma nuestros días, tanta es la zozobra que la cotidianidad asusta y los pensamientos y las ideas intentan germinar en una época de pánico. Ante esto debo decir que he perdido la ruta. Al norte, la estrella mayor se apagó, y no entiendo muchas peripecias que me han llevado a estos días neutros.
En medio de esta esterilidad tuve la suerte de toparme con la obra poética de Paco Urondo, el esteta, bohemio y revolucionario argentino; ese escritor que murió encerrado, negando la existencia de los barrotes, e impulsado por su amor a la vida, su pasión por sentir el pálpito del corazón. “La vida siempre/ me rodea, va porfiando vivir”.
Algo de envidia me hace sentir este hombre, que vocifera contra los que nunca cantan, contra los desilusionados y los esperanzados. Urondo era alguien que podía llegar a ver el amor detrás de las sombras, alguien que sentía la extrañeza de la cotidianidad, pero alguien que siempre pudo ver algo más allá de las cosas que muchos ignoramos. Podría atreverme a asegurar que era alguien que podía ver aquello que vale la pena.
“Si me lo permiten, prefiero vivir”, menciona en alguno de sus poemas, es una declaración de guerra a la vida neutra, a la condena de autocercenarse. Es la revolución en un verso, es contemplar la vida más allá del miedo que se siente por sí mismo. Por eso su lucha no es contra la muerte final, es contra la muerte pasajera. “No muere de muerte natural quien se deja matar antes de tiempo. No destruye/ los olvidos ni los tristes amores: muere en manos de su conciencia”.
De allí que la lucha revolucionaria no es por la comodidad, ni por la seducción de las cosas bonitas; la verdadera batalla es por aquello que vale la pena, aquello que creemos nuestro en medio de este ambiente de paranoia. ¿Qué es lo nuestro? No es la patria, la familia, la ideología, la religión o la guerra. Esas son solo deconstrucciones de la realidad que nos vendieron como necesarias. Lo nuestro es algo más allá, algo que se escurre con el paso del tiempo y que poetas como Urondo nos lo recuerdan en unos versos. Lo nuestro es la vida y nada más.
La vida sin proyecciones de nada, porque el porvenir es una sombra de desconcierto que nos atormenta el presente. Es allí donde se construyen nuestros miedos y nuestras añoranzas del ego. Sobre eso, Urondo escribió en Adolecer III “Puedo abandonar los grandes/ sueños y las pequeñas/ realidades que sobrevolaban esa franja oscura/ de porvenir, que todavía no logra pertenecernos”.
Y ese es el punto: despreciar lo que vale la pena es simplemente llegar a vivir “como si tuviera/ muchos años y poca vida”. Urondo se convirtió para mí en una guía para entender este instante del día donde el aturdidor ruido de la cotidianidad nos encierra en burbujas que viajan por ciudades sin rostro, por historias sin sentido y por caminos que guían a la nada.
Pero ese es el absurdo que debemos afrontar y seguir construyendo algo que valga la pena, negar nuestras ataduras y saber que las rejas no son reales. Porque “Del otro lado de la reja está la realidad, de/ este lado de la reja también está/ la realidad; la única irreal/ es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos; al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia”.
En medio de esta esterilidad tuve la suerte de toparme con la obra poética de Paco Urondo, el esteta, bohemio y revolucionario argentino; ese escritor que murió encerrado, negando la existencia de los barrotes, e impulsado por su amor a la vida, su pasión por sentir el pálpito del corazón. “La vida siempre/ me rodea, va porfiando vivir”.
Algo de envidia me hace sentir este hombre, que vocifera contra los que nunca cantan, contra los desilusionados y los esperanzados. Urondo era alguien que podía llegar a ver el amor detrás de las sombras, alguien que sentía la extrañeza de la cotidianidad, pero alguien que siempre pudo ver algo más allá de las cosas que muchos ignoramos. Podría atreverme a asegurar que era alguien que podía ver aquello que vale la pena.
“Si me lo permiten, prefiero vivir”, menciona en alguno de sus poemas, es una declaración de guerra a la vida neutra, a la condena de autocercenarse. Es la revolución en un verso, es contemplar la vida más allá del miedo que se siente por sí mismo. Por eso su lucha no es contra la muerte final, es contra la muerte pasajera. “No muere de muerte natural quien se deja matar antes de tiempo. No destruye/ los olvidos ni los tristes amores: muere en manos de su conciencia”.
De allí que la lucha revolucionaria no es por la comodidad, ni por la seducción de las cosas bonitas; la verdadera batalla es por aquello que vale la pena, aquello que creemos nuestro en medio de este ambiente de paranoia. ¿Qué es lo nuestro? No es la patria, la familia, la ideología, la religión o la guerra. Esas son solo deconstrucciones de la realidad que nos vendieron como necesarias. Lo nuestro es algo más allá, algo que se escurre con el paso del tiempo y que poetas como Urondo nos lo recuerdan en unos versos. Lo nuestro es la vida y nada más.
La vida sin proyecciones de nada, porque el porvenir es una sombra de desconcierto que nos atormenta el presente. Es allí donde se construyen nuestros miedos y nuestras añoranzas del ego. Sobre eso, Urondo escribió en Adolecer III “Puedo abandonar los grandes/ sueños y las pequeñas/ realidades que sobrevolaban esa franja oscura/ de porvenir, que todavía no logra pertenecernos”.
Y ese es el punto: despreciar lo que vale la pena es simplemente llegar a vivir “como si tuviera/ muchos años y poca vida”. Urondo se convirtió para mí en una guía para entender este instante del día donde el aturdidor ruido de la cotidianidad nos encierra en burbujas que viajan por ciudades sin rostro, por historias sin sentido y por caminos que guían a la nada.
Pero ese es el absurdo que debemos afrontar y seguir construyendo algo que valga la pena, negar nuestras ataduras y saber que las rejas no son reales. Porque “Del otro lado de la reja está la realidad, de/ este lado de la reja también está/ la realidad; la única irreal/ es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos; al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia”.
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